Conté mis años y descubrí que tengo menos tiempo para vivir de aquí en adelante que el que viví hasta ahora. Me siento como esa joven que ganó una caja de dátiles. Los primeros los comió una displicencia pero, cuando percibió que quedaban pocos, comenzó a roer hasta el carozo.
Ya no tengo tiempo para lidiar con mediocridades.
No quiero estar en reuniones donde desfilen egos inflados.
No tolero a maniobreros y ventajeros.
Me molestan los envidiosos que tratan de desacreditar a los más capaces para apropiarse de sus logros, talentos y logros.
Ya no tengo tiempo para proyectos megalomaníacos.
No participaré de conferencias que establecen plazos fijos para erradicar la miseria en el mundo.
Ya no tengo tiempo para reuniones interminables donde se discuten estatutos, normas, procedimientos y reglamentos internos.
Ya no tengo tiempo para soportar melindres de personas que, a pesar de su edad cronológica, son unos inmaduros.
Recuerdo ahora de Mario de Andrade, que afirmó: "Las personas no discuten contenidos, apenas los títulos".
Mi tiempo es escaso para discutir títulos. Quiero la esencia, mi alma tiene prisa.
Caminar junto a cosas y personas de verdad, disfrutar de un afecto absolutamente sin fraudes, nunca será pérdida de tiempo.
Lo esencial es lo que hace que la vida valga la pena.
Nada en este mundo tiene sentido si no tocamos el corazón de las personas. Si la gente crece con los golpes duros de la vida, también puede crecer con los toques suaves en el alma.
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